A principios de año me propuse hace un pequeño hilo en tuiter con las lecturas que iba haciendo cada mes. Venía de sentir que me estancaba mucho al leer, que no me concentraba lo suficiente para entender y disfrutar lo que estaba leyendo. A veces apetece, otras no, y otras tantas no se sabe muy bien qué nos ayuda y qué no a seguir haciendo las cosas que nos gustan. El caso es que a mí, hacer la pequeña recopilación de lo leído en el mes anterior, me ha ayudado a seguir manteniendo la atención e incluso ha vuelto a despertarme las ganas de hablar sobre libros. No quiero hacer un hilo gigantesco, así que me he venido aquí para poder charlar un poco más tranquilamente sobre algunas cosas de las lecturas de este mes.
Este mes terminé Magia para lectores, de Kelly Link y traducción de Maia Figueroa. Magia para lectores es una recopilación de relatos (escritos entre 1996 y 2008) de ficción-fantasía, más o menos. Me ha gustado mucho. Cuando terminé el primer relato, Magia para principiantes, no me podía creer lo que acababa de leer. Sentí una alegría que me llenó de chispas el cuerpo y la cabeza. Después seguí totalmente fascinada con El bolso de las fadas, El gorro del especialista, El fantasma de Louise y Piel de gato (este me ha gustado un montón). Otros me han costado un poco más de trabajo pillarlos, pero es posible que solo fuese porque en esos días yo no estuviese fina del todo. Aún así, me ha gustado mucho leerlo al completo, me ha parecido muy inteligente y divertido, de persona que le da un poco igual lo que digan sobre su forma de escribir. Muchas ganas de seguir leyéndola.
Empecé a leerme Ana Karenina en 2011 o 2012. Poco antes lo había comprado y empezado mi hermano, así que empezó una pequeña lucha de “¿te has llevado el libro? lo quiero” que duró un tiempo hasta que los dos nos rendimos al no saber nunca donde lo había dejado el otro. Antes de llegar ahí, tengo recuerdos muy tenues de estar leyéndolo, de los personajes y los pensamientos que me suscitaban. También recuerdo el momento en el que lo abandoné: con la (primera) labranza de Levin. Aquello se me hizo cuesta arriba y dije hasta aquí. He pensado mucho en el libro en estos más de diez años (sobre todo en la ensalada de nombres). Normalmente pensaba retomarlo en algún momento, pero recordaba la labranza y me echaba de nuevo para atrás. Hace poco, al ver el libro por casa de mis padres, lo cogí. Esta vez, la labranza que antes me parecía una cosa insoportable, ahora se me antojaba perfecta para lo que estaba buscando. Me gustan mucho las descripciones que hace Tolstói, sobre todo del paisaje, así que cuando lo abrí por donde lo dejé me pareció perfecto. Me molestó un poco incluso que cortara y volviese a la historia de Ana y Vronsky, pero es tan divertido que se me pasó. No hay nada como un montón de gente aburrida que no sabe más que sentir todas las cosas todo el tiempo.
Esto va para largo (voy por la página 352 de 1027), pero iré dejando por aquí algunas citas de partes que me parecen interesantes. Como por ejemplo esta, donde se explica muy bien la dualidad ciudad/campo y cómo se le dan forma a ciertas ideas o conceptos de uno en contraposición de lo otro1 con la llegada del hermano de Levin al campo:
“Para Constantino Levin el pueblo era el lugar donde se vive, es decir, donde se goza, se sufre y se trabaja.
En cambio, para su hermano, era, de una parte, el lugar de descanso de su labor intelectual, y de otra, como un antídoto contra la corrupción de la ciudad, antídoto que él tomaba con placer comprendiendo su utilidad.”
Hablando sobre Sergio Ivanovich, su hermano:
“En su metódico cerebro se habían creado formas definidas de la vida popular, deducidas parcialmente de esta misma vida, pero deducidas también, y en mayor parte, por oposición a la contraria.”
Muchas ganas de leerlo en general pero sobre todo muchas de leer la parte de Levin en particular.
Me crié en el campo como podría haberme criado en cualquier otro sitio, pero lo hice rodeada de encinas y escuchando el agua correr de un riachuelo. Hace ya algunos años que no vivo allí, así que suplo ciertas cosas como puedo: criando plantas, dando paseos por donde hay árboles y leyendo algunos libros que hacen hincapié en la naturaleza. El primero fue Una temporada en Tinker Creek, de Annie Dillard. Tardé bastante tiempo en terminarlo. Me gustó muchísimo, pero tenía que leerlo poquito a poco por varias razones; cada vez que leía sicómoro se me metía en la cabeza esta canción de Manolo García (se habla MUCHO de los sicómoros) y porque no es una lectura ligera (aunque tampoco complicada). Al terminarlo casi tres años después, me regalaron La mente bien ajardinada, de Sue Stuart-Smith. Este es un ensayo sobre las utilidades terapéuticas que tiene la jardinería y el contacto con la naturaleza para distintas afecciones psicosociales. Se lee muy fácil, está muy bien documentado y resulta muy interesante. Después de cierto parón, rebuscando por la biblioteca virtual, di con el que estoy leyendo ahora mismo: El país donde florece el limonero, de Helena Attle con traducción de María Belmonte. En el libro se hace un repaso de la historia de los cítricos y su cultivo en Italia, donde ocupan un lugar importante tanto en su gastronomía como en la parte histórica y socioeconómica. Me está gustando mucho, lo leo antes de dormir y siento que me limpia un poco el cerebro antes del sueño. Me entretengo buscando los tipos de limones, los pueblos de los que habla y se aprenden cosas bastante chulas. Es posible que si nos vemos, en algún momento suelte un “¿sabías que…?” sobre limones. Voy más o menos por la mitad y me lo estoy pasando muy bien. No quiero destripar mucho, pero averiguar lo que es el chinotto y los invernaderos de Garda me han hecho una persona un poquito más feliz.
Y hasta aquí las lecturas de agosto. La verdad es que me ha gustado soltar por aquí la perorata, ¡espero que esta no sea la primera y última vez!
Un beso,
Ang.
Principio de la tercera parte. Páginas 315 y 317 en la edición de 2010 de Austral.